La diva que todos llevamos dentro

By CENTRO CÍVICO CARACAS - lunes, marzo 23, 2009

Esta quincena fue el turno de los vigilantes, pero no de los buchones, sino de los otros, del bueno del poli de la esquina; ese que, recuerdan los más grandes, en “su” época era común ver protegiendo a la gente del barrio de peligros que quisiéramos tener hoy, por el bien nuestro y, por lo visto, también por el de ellos. Se mató a un policía, pero para ser sinceros, fue peor ver morir con él los restos de nuestra inocencia.

Y fue también la quincena de los decoradores, que de la mano de una fama prestada saltaron a la plana de los diarios y de ahí, como siempre ocurre, a nuestras bocas, que veo multiplicarse en rueda de amigos, en la oficina, en bares y cafés, en las peluquerías de ese y de otros barrios, en la charla del taxista y su pasajero, dejando salir comentarios que con total incredulidad todos consideramos propios, sin advertir que la eventual coincidencia de opiniones no es fruto de la casualidad, ni de la empatía, sino de “habernos informado” por el mismo periódico que esa mañana también leyó nuestro interlocutor.

Y entonces, la prestamista de esa fama decidió copar el tiempo, el necesariamente silencioso tiempo reservado para el dolor de una muerte con muchas palabras, palabras que curiosamente proponen aplacar ese dolor con más muerte. La lógica de bandos aplicada dónde no los hay, la unívoco fragmentado contra natura, vos contra mí…y los dos vueltos contra nosotros, robusteciendo la imagen amenazante de un ellos que ha hecho de la otredad, por sospechosa, una categoría indeseable.

El problema no es lo que se cree, sino lo que se puede hacer creer. El verdadero peligro no estriba en dejar de afirmar la validez de los derechos humanos; cuestionar su utilidad como categoría capaz de regular nuestros contactos y, lo que es más importante aun, de poner un freno a la voracidad regulatoria del Estado, otra entelequia a la sin embargo nos aferramos como el becerro a la teta, siempre que en lugar del nutritivo pezón no pretenda poner en nuestra desprevenida boca la pipeta de un test de alcoholemia cuando regresamos de algún festejo. Lo grave, lo verdaderamente nocivo, es hacerlo con la frivolidad que suele acompañar los actos del que ha hecho de la irreflexión una costumbre, una forma de resolver sus conflictos. Lo malo no es equivocarse, lo malo es no tomarse el trabajo de poder evitar hacerlo, oyendo únicamente a la diva que todos llevamos dentro.

Luciano Peres (sociologo, abogado con orientación penalista, egresado en ambas ocasiones de la U.B.A.)

  • Share:

You Might Also Like

0 comentarios